De finales felices...y no tanto.

Mariela rompió a patadas los cuadros desechos en pinceladas de odio azul y rojo. Vació los floreros sobre las cabezas de sus vecinos del cuarto piso y dejó rodar por las escaleras sus álbumes ya sin fotografías. A empujones echó al piso las viejas estanterías de la habitación atestadas de libros pesados, verdes, negros y amarillos.
Sin siquiera pensarlo vomitó todo tipo de insultos que eran arrojados al aire junto con la vajilla pocas veces usada de su abuela. De su madre. Y que ya no serían de su hermana.
Mariela contaba de a uno los discos rotos que terminaban estrellados unos sobre otros, sin siquiera darles tiempo de caer despedazados. Ya desprovistos de la típica forma circular que los caracteriza.
Aquella fue una tarde de diciembre. Calurosa como pocas. Agobiante. Asfixiante. Una tarde de verano triste con un final de primavera. Un final feliz para un diciembre de tristeza.
Mariela no aguantó ese fin de año. Cúmulo de doce meses sobre sus hombros. Me confesó que se sentía pequeña, chiquita, ínfima. Que por momentos su peso desaparecía y volaba remontando ideas locas hacia lugares alejados. Aquí y allá. A veces solo aquí. A su diciembre. La habitación. Su peso volando. Ella infinitamente pequeña. Escurridiza. Por momentos presente. Por momentos.
A dónde te has ido Mariela.

3 comentarios:

rama dijo...

El histrionismo de las mujeres!, tan necesario para no sentirse miserable.
Saludos querido.

Eduardo Roldán dijo...

Gracia papa por tu visita!
Abrazos...

Bea Candiani dijo...

...en un mes de diciembre también me sentí infima, flotando en el vacío exterior del mundo, queriendo desaparecer para siempre...