La casa de rojo y negro

Las cosas seguían igual. Hacía meses que la rutina se negaba rotundamente a desprenderse de las paredes, de los pisos, de los techos, de las mesas y sillas de la casa. Aquel hogar escupía una sensación de inmovilidad agobiante. Producía urticaria, vómitos, insomnio y diarrea. Los mismos olores impregnados en los acolchados y manteles, en el aire espeso y caliente muchas veces respirado.
Allí desparramados los abrazos y los libros, cuerdas de guitarra, cenizas y algunos discos de intérpretes desconocidos que sonaban de vez en cuando. Y mas acá los cuerpos atrofiados de visitantes que condenaban con pena de muerte al resto de la noche y a lo que quedaba de sus vidas.
La casa vestía de rojo y negro, y se divisaban en penumbras las repisas saturadas de tanto espacio. Nada estaba en su lugar, y es que nada lo tenía. Tampoco ellos. Y sobre todo ellos. No consiguieron recoger las horas y reparar el tiempo. Y se tragaron sus lenguas para no herirlas, y se llevaron todo a la boca, las paredes, los techos y la casa. Para ver si acaso en la mañana algo cambiaría.

2 comentarios:

Bea Candiani dijo...

La semana pasada estuve en un sitio igual...los mismos sentimientos, las mismas sensaciones...

Eduardo Roldán dijo...

Y cambió algo en la mañana, estimada?...Saludos!