Dia de furia

Conteniendo aún las palabras que se le amontonaban en los labios a punto de explotar, hinchados de morderse y rasgarse la piel suave y rojiza. Con los ojos inyectados y casi al borde de salírseles de las órbitas, las manos frías y el cuerpo tenso y erguido, como un árbol centenario cuya madera aún no probó el hacha impiadosa y verdugo del hombre. Con el corazón, el estómago, y los pulmones y testículos atragantados en el grito acumulándose en el paladar y las mejillas. Así, como estaba, en ese estado de erupción contenida con demasiado esfuerzo, Miguel tomó sus carpetas y regresó a su oficina pensando que el viernes sería interminable, y se le vino a la cabeza la imagen de un frondoso y antiquísimo roble rindiéndose en una estrepitosa caída hacia el vacío.

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