La caida


Sobre una callecita que pintaba una silueta amarillenta y adoquinada resbaló aquella tarde toda su persona. Como si la caída no hubiese sido suficiente y el océano de risas disimuladas con demasiado esfuerzo no alcanzaran, la pollera embarrada se enredó caprichosamente en su cintura exhibiendo cicatrices de una caída anterior, y de vaya uno a saber qué otras cosas.
Amilanada y recogiendo retacitos de vergüenza, se incorporó lentamente mientras reubicaba cabizbaja la pollera que rozaba sus rodillas rojizas y sangrantes. Nadie se acercó a ofrecer una mano, una palabra, ni un solo gesto de solidaridad mezquino que nos haga sentir mejores personas se hizo presente en ese momento.
Nunca se había sentido tan sola, tan abandonada a la sólida y plomiza coraza de unos cuantos centímetros de cemento. Como abatida y sabiéndose humillada, no se atrevió a dar un solo paso hasta que la muchedembre se disipara llevándose consigo sus rostros desencajados y sus muecas burlonas.
Había comprendido la soledad de su vergüenza. Se enfrentó cara a cara con la vergüenza de su soledad. Y maldijo con un tímido y dolorido paso su falta de atención a las irregularidades del asfalto. Desapareció al doblar la esquina y mutiló aquella cuadra de su memoria. Volvió a ser ella misma y caminar mas segura. Las personas regresaron a sus rostros preocupados y todo terminó alli.

2 comentarios:

BeLén dijo...

La vergüenza expuesta ante la soledad de las calles, las heridas al aire y esa mano que no se tiende. Retoma el camino después, un poco más segura de sus pasos y de las trampas del camino, pero cómo hará para olvidar esa sensación tan fuerte de soledad?

Saludos, me llegó.

Eduardo Roldán dijo...

Gracias Belén , me encanta que le agregues mas letras a esto.