Fragmentos...

Veni pibito, lavate las manos en mis lágrimas que para algo han de servir. Llenate los bolsillos de sonrisas y dibujame una en tu rostro. Yo ya vacié mi coraza de espantapájaros en la callesita esa. Si quisiera abrazarte y contarte de la vida, pero qué te voy a contar si tus dedos han torcido la miseria en una pelota de medias y amiguitos. Contame vos mejor, pibito. Mocoso. Si, reite de ese viejo mal hablado que te mira de soslayo. Dale reite, que le dé bronca. El no sabe. No se lo digamos.

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Eran varios los acordes que trepaban las escaleras azules y/o anaranjadas, dependiendo del escalón en que uno se sitúe, hasta donde estábamos parados. El madrileño con voz grave pintaba el cuadro con una caperucita que volaba en sueños.
Entre historias de lencería, risas y aplausos, aquel madrileño no sabia de nosotros, ni de lo que ahí sucedía. Se habían encontrado varios días después, y no fue casualidad. De su sonrisa nació una estrella y escucharon por primera vez sus voces, tímidas, por momentos silenciosas y no tanto.

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¿De qué si no está hecha la vida?

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